La comitiva esperaba impaciente que alguien apareciera detrás del portón. En otra época, el timbre de la puerta principal era la distracción de los niños que presionaban el pulsador dos, tres y hasta cinco veces antes de salir corriendo para esconderse entre las matas. Por eso lo quitaron.

Esta comitiva venía en son de paz. La integraban cinco niños que voceaban al otro lado de la verja. Después de que el cabecilla expresara su solicitud, mami se quedó observándolos, pensando que en un descuido uno de sus pequeños vecinos podía tragar más agua de la cuenta en la piscina.

“El don dijo que viniéramos cuando bajara el sol”. Pero el don no estaba en el área para atender a sus invitados, que llegaron con sus toallas, un flotador con cabeza de unicornio y sin un adulto que vigilara sus piruetas acuáticas. “Vengan cuando él esté aquí”. Mami dice que escuchó clarito cuando uno de ellos murmuró: “Esa vieja bruja”.

Si imagino el tipo de vieja en que quiero convertirme, deseo la sabiduría de algunas mujeres que conozco. Sabia, vital y creativa hasta que me acompañen las fuerzas del cuerpo y la claridad de la mente. Ser vieja no siempre significa ser sabia. Pero una vieja sabia que además es bruja está lista para asistir a la ceremonia de su coronación.

Algo común en el perfil de la vieja bruja es una intuición entrenada como el olfato de un sabueso. Es uno de sus talentos más valiosos y el más vilipendiado. Hay tantas historias de mujeres juzgadas por haber hecho uso de su intuición. Se dejaron llevar por la vocecita que les decía: “Es por aquí, por aquí”, y eligieron pagar el precio de escucharla antes de cometer un delito de alta traición contra sí mismas.

Las viejas brujas cuidan su conexión con la naturaleza. Mami es capaz de identificar las propiedades de un sinnúmero de plantas. Sabe cómo manipularlas para obtener brebajes que alivian desde una congestión severa a una insuficiencia de hematíes. Sabe adaptar la preparación de un plato a las necesidades de un alma abatida o de una mente exhausta. En el ejercicio de su profesión, podía lograr que un niño con problemas de timidez leyera delante de sus compañeros exhibiendo el memorable garbo de Martin Luther King en las escaleras del Monumento a Lincoln.

Las viejas brujas tienen algo que en mi país se denomina “boca de chivo”. En ciertas ocasiones, aunque estén a kilómetros de distancia, son capaces de detectar si una amenaza acecha a uno de los suyos. Analizan antecedentes y variables. Usan las notas mentales de sus experiencias vividas y reflexionan hasta determinar que “por ahí no es la cosa”. Entonces deciden si es conveniente dar la voz de alerta o si pronostican un tropiezo menor, necesario para el aprendizaje de la criatura que apenas iba cuando ellas estaban de regreso.

Para ampliar su campo de acción y conocimiento, las viejas brujas se congregan en pequeños grupos. Sus encuentros propician el intercambio de saberes y prácticas que benefician a un mundo abocado al continuo desastre. Saberes no solo aprendidos a través de la investigación científica y la instrucción académica, también por medio de experiencias de naturaleza variada y subjetiva. Estamos a punto de formalizar la fundación del Club Internacional de las Viejas Brujas. La elección del nombre, del que nos sentimos orgullosas, es un gesto intencionado de reapropiación. Es hora de que las palabras “bruja” y “vieja” abandonen la mala fama que les otorga el vocabulario insultante de los niños —y no tan niños— para recibir por fin la reverencia que sus representantes merecen.

*Admisiones abiertas para veteranas y aspirantes.

sorayda.peguero@gmail.com

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El club de las viejas brujas

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17.02.2024

La comitiva esperaba impaciente que alguien apareciera detrás del portón. En otra época, el timbre de la puerta principal era la distracción de los niños que presionaban el pulsador dos, tres y hasta cinco veces antes de salir corriendo para esconderse entre las matas. Por eso lo quitaron.

Esta comitiva venía en son de paz. La integraban cinco niños que voceaban al otro lado de la verja. Después de que el cabecilla expresara su solicitud, mami se quedó observándolos, pensando que en un descuido uno de sus pequeños vecinos podía tragar más agua de la cuenta en la piscina.

“El don dijo que viniéramos cuando bajara el sol”. Pero el don no estaba en el área para atender a sus invitados, que llegaron con sus toallas, un flotador con cabeza de unicornio y sin un adulto que vigilara sus piruetas acuáticas. “Vengan cuando él esté aquí”. Mami dice que escuchó clarito cuando uno de ellos murmuró: “Esa........

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